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jueves, 27 de agosto de 2015

Juan Soldado

Olga Vicenta Díaz Castro, Sor Abeja


Juan Soldado.
La vida de Juan Soldado se desconoce y desgraciadamente nadie se ha preocupado de investigar sus antecedentes que, como hombre y como soldado, nos sirvan para emitir un juicio que lo ponga en el lugar que verdaderamente le corresponde. Solo se sabe lo que a  través de los años las gentes cuentan, y con distintas versiones logran infundir en las coincidencias la indignación y mantener perenne el recuerdo de un hecho, que, no siendo el primero en el mundo, debería de haberse olvidado por el oprobio que para Tijuana y para nuestro glorioso ejercito significa el seguirlo propalando.

Así atendiendo a las opiniones y sugerencias que me fueron hechas, solo voy a exponer mi punto de vista con estas breves consideraciones.

Debo advertir que ni mi mente ni mi endeble pluma se atreverán a inventar ni escribir detalles de este caso, del que nadie fue testigo y que solo servirían para llenar las paginas de una de tantas inmundas revistas que se dedican a explotar la morbosidad y los salvajes instintos de gente que se solaza con la desgracia de sus semejantes. Pero aunque no sea muy grato, repetiré algo de lo que oí cuando por primera vez visite la tumba de Juan Soldado.

En el año de 1938 nuestra ciudad se conmovió ante el nefando crimen del que fue víctima una inocente niña de corta edad al ser violada y asesinada, por un miembro del ejercito que después inculpó a un subalterno, un soldado raso llamado Juan.
     
Y hasta la fecha nadie puede asegurar quien de los dos fue el responsable, solo se sabe que esta horrible tragedia provocó protestas, manifestaciones y hasta sangrientos motines.

Personas que aun viven dicen que la misma mujer del soldado Juan, tal vez sin medir las consecuencias, declaró en su contra. Y finalmente fue conducido al Panteón de Puerta Blanca para aplicarle la Ley Fuga.

Otras aseguran que como no se le permitió hablar para defenderse, cuando corrió huyendo de la muerte iba blasfemando y lanzando improperios en contra de quienes lo acusaron y al darle el tiro de gracia maldijo a los que le dieron muerte.


La indignación origina la credulidad

Como entre los que protestaban por este hecho unos estaban a favor y otros en contra, siendo en su mayoría los primeros, no tuvieron otra manera de manifestar su condolencia  que después de ser sepultado, cubrir su tumba de flores y luces  y orar pidiendo el descanso de su  alma. Pero tal vez alguien en el exceso de su culto homenaje lo catalogó como mártir,  y encontrándose en apuros le pidió que le ayudara, y al ser solucionado su problema se dio a la tarea de publicar aquello como milagro, empezando así la credulidad de las gentes, bendiciendo en sus apuros el anima de Juan y se olvidaron de la tumba de la niña, que en realidad merece mas consideración, si es que de inocentes victimas se trata. Y ¿qué decir del dolor sin medida y sin término de los padres de esta pequeña?


Nuestro punto de vista

Si nos ponemos en un plano imparcial y aceptando la posibilidad de que este pobre hombre fuera inculpado por un falso testimonio, no por eso vamos a creer que murió en olor a santidad, ni mucho menos se le pueden atribuir poderes milagrosos que lo dignifiquen para elevarlo a los altares.
     
Y hago esta observación porque por muy elemental que sea nuestra instrucción religiosa todos sabemos que, Santo es aquel que llevando una vida de virtud y de pureza se dedica a seguir las huellas de Cristo, poniendo en practica sus divinas enseñanzas. Además de esto, milagro es un hecho sobrenatural en el que solo interviene Dios con su poder divino, y finalmente recordemos que los santos no hacen milagros, ellos solo ruegan por nosotros para que el Todopoderoso escuche nuestras peticiones, concediéndonos lo que en su infinita misericordia cree que merecemos.
     
Aunque ahora la Parasicología hace concienzudos estudios sobre estos conceptos.


La tumba de Juan Soldado
     
Sobre la tumba de Juan se construyó un cuartito. Ahora este modesto y ruinoso monumento es el punto donde convergen, el fetichismo, la ignorancia, la inmoralidad, el interés y el histrionismo.
     
En mis frecuentes visitas al panteón he presenciado ante esta tumba , incidentes dramáticamente enternecedores, algunos por demás profanos, otros ridículos y hasta chuscos como estos con que termino estas observaciones.
     
Una tarde encontré frente a ella a un ancianito de rostro alegre que me saludó amablemente y al entablar conversación con él le pregunté:
     
-¿Ha venido usted a pagar alguna “manda”?
      
-No, señora, yo vengo a ver que nuevos milagros le han colgado al pobre Juan.
      
-¿Es que no cree usted en sus milagros?
      
 -¡Cómo voy a creer! Señora, venga usted para que vea.
    
Entramos a una pequeña capilla atestada de retablos, tarjetas, retratos, imágenes de santos, papeles escritos, trapos, prendas de vestir sucias y otros inmundos objetos dignos de ser quemados, ya que todo esta dando un aspecto deplorable invadiendo la parte exterior. Sobre el techo está un busto de yeso que representa a un militar que no es Juan, porque de éste no existe ninguna fotografía.
     
El viejecito tomó de aquel montón de cosas un papel y me dijo:
       
-“Señora, lea usted para que vea porqué en mi opinión deberían las autoridades correspondientes haber quitado todo esto.”
     
Tomé el papel y leí lo escrito que copié a la letra: “Te doll grasiasjua soldado pot l milagro qe me isiste, de qe Camilo dejara a Mariana y se viniera a bibir conmigo. Tu de bota Anastacia.”
      
-Pero esto es una irreverencia -le dije- entregándole el papel que él puso en donde estaba.
      
-Pues por el estilo de éste, hay otros que por decencia, más vale que no los lea.
      
-Yo pienso que por respeto a las creencias no han mandado quitar todo esto.
       
-No, no es por eso, es que ¿ve usted esta ánfora o cepo? Pues aquí se juntan las limosnas.
       
-Y que sin lugar a dudas recoge algún sacristán.
       
-No señora, ¿Cómo va a ser posible eso? si las autoridades eclesiásticas no han dado su aprobación para que Juan Soldado sea venerado.
          
-Entonces ese dinero lo recauda alguien para alguna obra de utilidad pública.
          
-Tampoco; porque nunca hemos sabido nada de eso.
       
Y sonriendo maliciosamente continuó:
         
-Es que Juan Soldado tiene un tesorero y a veces una Tesorera que viene a recoger semanariamente  las limosnas y sin duda se las llevan a depositar al Banco, por lo que yo creo que, sucediendo esto durante mas de treinta años, este Juan ha de tener una respetable suma a su nombre.
        
Al oír el gracejo y la ironía del viejecito, hice un esfuerzo para no soltar la risa; y en tanto nos dirigíamos a la puerta para salir, le dije:
     
-No me haga usted reír que estamos en un lugar santo.
     
-No, señora si esto es cosa seria, fíjese que ya tiene el material para levantar otra capilla en el lugar donde dicen que cayó muerto; y de seguro que van a poner otra alcancía grandota para que se le junte más dinero ¡Ah! Si le digo que este es un muertito muy avariento…Je…Je…muy avariento…Je…Je…Je…
     
Asi llegamos a la puerta y al salir no pude más y me puse a reír hasta las lagrimas.
       
La gente que pasaba al oír nuestras risotadas debe de haber pensado que estábamos locos porque, ¿quién sale de un panteón hecho mas pascuas, muriéndose de risa?     
    

Tomado de Narraciones y leyendas de Tijuana, por Olga Vicenta Díaz Castro Sor Abeja. Lito Editorial Fiscal, Segunda Edicion 1981, p.43-48.

Obtenido el 27 de agosto de 2015 de: http://leyendasdetijuana.blogspot.mx/2012/11/olga-vicenta-diaz-castro-sor-abeja.html

sábado, 12 de octubre de 2013

Álvaro Mutis: recuerdos del tiempo viejo (Con permiso de don José Zorrilla)

JOSÉ EMILIO PACHECO
11 DE OCTUBRE DE 2013

MÉXICO, D.F. (Proceso).- A finales de 1959 se necesitaba cierto valor para decir que uno admiraba a Borges. Todo el mundo parecía estar en contra de él, en particular los que poco tiempo después serían sus más fanáticos devotos.

La Revista de la Universidad ocupaba el décimo piso de la Rectoría. Desde allí podía observarse un cuadro pintado por un José María Velasco que hubiera salido del taller de Brueghel. El Ajusco intacto, el Pedregal casi deshabitado, el aire sólo estremecido en su transparencia por el humo que salía de la fábrica de papel.

Juan García Ponce llegó a decirme:

–Ven a ver cómo destrozan a tu ídolo –y me condujo a la oficina de la redacción. Allí se encontraba Álvaro Mutis. Repitió las objeciones consabidas y se ganó de inmediato mi hostilidad.

Ya no le dije cuánto me habían impresionado las crónicas que unos meses atrás le hizo Elena Poniatowska, con dibujos de Alberto Beltrán en nuestra Biblia de entonces, el suplemento México en la Cultura. En aquellos días Mutis estaba preso en Lecumberri por haber dispuesto del dinero que le daba para relaciones públicas una aerolínea. No actuó en su beneficio, sino en auxilio de jóvenes escritores y pintores sin blanca. El texto se recogió en un libro, Palabras cruzadas, que por razones desconocidas nunca se ha reimpreso.

El maestro perfecto

Francisco Cervantes editaba en Querétaro una revista muy humilde, Ágora. En ella publiqué unos poemas que ahora supongo malísimos. El profesor de literatura de Cervantes era hermano de Efraín Huerta. Gracias a Efraín, Francisco se hizo amigo de Elena y de Beltrán, y por tanto de Mutis. Él le dijo que quería conocerme debido a los textos de Ágora. Un domingo por la tarde nos recibió en su apartamento de avenida Coyoacán, muy cerca del parque hoy abolido que se consagraba a la memoria del mariscal Sucre.

Durante muchos años ese lugar fue, por la infinita generosidad de Mutis con un desconocido de más que dudoso porvenir, mi aula informal, mi taller literario, mi indicador y examen de lecturas. Mutis, que jamás dio clases, era el maestro perfecto capaz de suscitar en sus oyentes el mayor entusiasmo, el deseo de escribir, la voluntad de saber.

Como Fernando Benítez, Mutis fue incapaz de retener uno solo de sus libros. Su alegría era comunicar y compartir sus admiraciones. Yo salía de su casa con un volumen para mí inaccesible de La Pléyade o un libro o varios de Conrad en la serie editada para Emecé por Borges y Bioy Casares. Al mismo tiempo me regalaba textos colombianos y ejemplares de Mito, la gran revista de Jorge Gaitán Durán. 

El viaje que no fue

En sus páginas me entusiasmó El coronel no tiene quien le escriba.

–Bueno, si le gustó (me habló siempre con el “usted” colombiano que es una forma de tuteo inaccesible para nosotros los extranjeros) le voy a regalar La hojarasca. Jamás lo presté porque en México no hay otro ejemplar.

La relación llegó a ser tan íntima que una noche le conté de mi tragedia. Para los demás no era ningún desastre sino una experiencia normal, dolorosa pero indispensable. Sin embargo, los 20 años son la peor edad de la vida. El mundo se me había acabado cuando me dejó A. Ella, a los 18, era de tiempo atrás una mujer nada dispuesta a lidiar con quien seguía siendo un niño.

–Tengo la solución. Usted se me va a trabajar con Gabo. Si se queda aquí seguirá sufriendo al pasar por los lugares que compartieron, al verla con otros, al entender que las puertas de su casa se le cerraron para siempre.

Todo parecía ir muy bien pero el posible trabajo se deshizo y fue García Márquez quien tuvo que venir a México. Carlos Fuentes siempre poseyó la habilidad para alquilar en cualquier parte del mundo casas de amigos ricos. Se creó en el imaginario del rencor la idea fantasiosa de un grupo delictivo que cerraba el camino a los buenos escritores, vivía en mansiones de San Ángel y se desplazaba en automóviles deportivos. En efecto, Fernando Benítez tenía uno que era su única posesión. Monsiváis y yo éramos la refutación viva de esas nociones pues habíamos entrado en el suplemento cuando éramos simples estudiantes sin familia rica ni poderosa, vivíamos sin dinero y empleábamos todas las líneas de camiones, tranvías y trolebuses.
 

Hemingway y García Márquez

En una reunión dominical en el jardín dije:

–Hoy llega a México Gabriel García Márquez.

–¿Quién es García Márquez? –preguntaron varios. Como si nos hubiéramos puesto de acuerdo, Fuentes y yo contestamos:

–El mejor escritor colombiano.

Por la noche fui al cine Paseo con D., tan bella e inteligente como A. Su sola presencia había borrado todo vestigio de la tragedia. En el dominical Claridades vimos que en ese 2 de julio de 1961 había muerto Hemingway. Pasaron años antes de que el accidente se revelara como un suicidio. Para mí fue acto simbólico: la novela angloamericana dejaba el paso a la hispanoamericana.

Llegué a mi casa y me sorprendió hallar esperándome a Mutis y a García Márquez.

–Tienes el único ejemplar que hay aquí de La hojarasca. Es urgente que nos lo prestes. Te lo devolvemos de inmediato.

Les di el libro.

En honor de García Márquez debo decir que me lo devolvió seis años después, cuando bajo un diluvio fue a dejármelo junto con uno de los primeros ejemplares (sin la portada de Vicente Rojo, demorada en el correo) de Cien años de soledad.

Aquel domingo de julio lo prioritario era encontrar alguna fuente de ingresos. Ofrecí lo muy poco que estaba a mi alcance: una nota sobre Hemingway para México en la cultura y un cuento para la Revista de la Universidad

La última noche en el laberinto

Pasaron los años y no dejé de leer ni frecuentar a Mutis. Ya en los setenta nos invitaba a comer cada semana a Ignacio Solares, a Cervantes y a mí. Comenzó una larga época en que viví fuera de México la mayor parte del año. Se acabaron las reuniones semanales y muchas cosas más.

En 1986 fuimos a una reunión literaria en Toronto. Mutis estuvo tan lúcido, encantador y cariñoso como siempre. Nos hospedaron en la universidad de York en unos dormitorios estudiantiles desiertos por vacaciones: cien o mil edificios idénticos. No fue difícil dar con el cuarto asignado a Mutis. Me despedí. Él generosamente se ofreció a acompañarme hasta el mío.

Durante no sé cuántas horas erramos por ese laberinto sin luz, primero entre risas, después con un creciente e inconfesado pánico. No había nadie y los teléfonos de la universidad dejaban de funcionar a partir de las 12. El fantasma de Maqroll el Gaviero nos orientó por fin y Mutis pudo hallar el número de mi cuarto. Nos despedimos con un gran abrazo. Sin que mediara pleito ni discordia, jamás nos encontramos de nuevo.

Alvaro Mutis vive en mi memoria no como el Gaviero, sino el capitán que por lo menos tres veces me salvó del mar de los Sargazos, el estrecho de la ignorancia y el océano de las Tormentas.

 Tomado del portal de Proceso.

lunes, 30 de septiembre de 2013

Leyenda de la momia de la Obregón

Yolanda Sánchez Ogás *


Esta leyenda urbana se generó en Mexicali desde la década de los años cuarenta, en una casa de la colonia Nueva. Allí en avenida Obregón y calle D existe una casa con grandes ventanales, que permiten ver hacia el interior. La imaginación de los mexicalenses miraba en el interior a una persona momificada, sentada en la sala. Muchos mexicalenses de aquellos años aseguraban haberla mirado. 

Era tanta la fantasía, que algunas personas que vivían en la zona del mercado municipal, que habían trabajado en esa casa, decían que limpiaban a aquella mujer ya muerta. Los rumores eran tan fuertes que cuando estudiamos en la secundaria 18, al pasar por esa esquina, el miedo nos hacía cruzar la calle y desde el otro lado tratábamos de observar hacia adentro de la casa. 

La familia dueña de la casa, en algunas ocasiones comentaba que era un piano de cola, que desde fuera, daba esa falsa apariencia de una mujer. Sin embargo, la imaginación creó una leyenda que  es conocida por los viejos mexicalenses y aún se cuenta cuando se trata el tema de las leyendas de Mexicali.

Poema "Novia fúnebre", de Carlos Alberto Gutiérrez Aguilar

*Texto adaptado del libro electrónico Mexicali, una historia que contar, de Yolanda Sánchez Ogás.

Leyenda de Joaquín Murrieta

Yolanda Sánchez Ogás


Mexicali, como todos los pueblos, tiene sus leyendas, nacidas la mayor parte, de la imaginación de la gente. Algunas de estas ya son parte de las tradiciones cachanillas. Una de ellas se refiere a un personaje real, pero que no vivió nunca en Mexicali, Joaquín Murrieta el legendario bandido californiano. Murrieta vivió a mediados del siglo XIX en San Fernando, California.

Cuando México perdió California, los norteamericanos atacaron y mataron a los rancheros mexicanos que se quedaron a vivir en Estados Unidos. Algunos mexicanos respondieron atacando poblados de estadounidenses. Uno de ellos fue Joaquín Murrieta, un bandido generoso que asaltaba y repartía el dinero entre los mexicanos pobres. Fue perseguido y asesinado. Las huidas de Murrieta para esconderse de sus perseguidores dieron origen a las leyendas sobre sus entierros.

Desde San Fernando hasta Mexicali se cuentan leyendas sobre las apariciones de Murrieta, a quien identifican porque según algunos, les ha hablado y dice quien es. En Mexicali, dicen las personas que viven en los ranchos cercanos al Cerro El Centinela, que la noche entre los día uno y dos de febrero de cada año, en El Centinela aparece una lumbrada. 

Cuando algunas personas se atreven a caminar hacia la lumbre, al acercarse, la lumbre desaparece porque no son las personas a quienes está destinado ese tesoro. En los ranchos de La Progreso, La Zaragoza y los alrededores, algunas personas aseguran que encontraron monedas de oro en la sierra y que son parte del tesoro de Murrieta.

Adaptado del libro electrónico Mexicali, una historia que contar, de Yolanda Sánchez Ogás.

lunes, 8 de octubre de 2012

Leyenda de la enfermera de La Rumorosa


Dicen que en una ranchería cercana a la ciudad de Tijuana vivía una enfermera llamada Eva. Era muy conocida y respetada porque ayudaba a los enfermos y a los accidentados; sin importar la hora iba adonde se lo pidieran. Cierto día, llegó a su casa una señora que le rogó muy angustiada:

—Señorita Eva, mi esposo está enfermo, necesita que lo atiendan; por favor, venga a verlo.

—¿Qué es lo que tiene? —preguntó la enfermera.

—Ha tenido mucho dolor de estómago, toda la noche se estuvo quejando —respondió la mujer.

—¿Por dónde vives?

—Cerca de La Rumorosa —contestó.

—Está lejos —dijo la enfermera—. Primero voy a ver a una vecina que también está enferma, pero dime cómo llegar y en cuanto me desocupe, iré para allá.

La señora le dio las señas del lugar y se fue. Mientras tanto, la enfermera tomó su maletín y se dirigió a la casa de su vecina. Terminada su visita, salió rumbo a La Rumorosa caminando bajo el calor intenso del mediodía, pero en su prisa por llegar adonde la esperaban, equivocó el camino.

—No veo ninguna casa —pensó preocupada— estoy segura de que me dijo que era por aquí.

Ya habían pasado varias horas desde que saliera de su casa y pronto oscurecería. Tenía hambre y sed porque el agua que llevaba se había terminado; aún así trató de no desesperarse. Levantó la vista y no miró otra cosa que piedras formando los enormes cerros de La Rumorosa... una sensación de temor la invadió porque sabía historias de ese lugar en las que se hablaba de aparecidos, brujas y quién sabe
cuántas cosas más.

Decidió volver a caminar y guardando su miedo se metió entre aquellos cerros; con la noche las enormes piedras que se encontraban por todos lados se transformaban en horrendas personas y animales que gritaban su nombre: ¡Eva, Eva...!

La mujer echó a correr desesperada entre las rocas hasta que sus pies resbalaron y no supo más de sí.

Con los días, los vecinos fueron a buscar a Eva a su casa, pero no la encontraron. No volvieron a saber de ella hasta que en las curvas de La Rumorosa vieron a una mujer vestida de blanco que pedía raite... El camino era tan difícil que nadie podía detenerse, pero aun así, cuando menos se lo esperaban, ¡aparecía sentada a un lado del que iba manejando! ¡El susto que se llevaban! La mujer se quedaba muda y siempre desaparecía frente al panteón. Se dice que todos estaban tan espantados que ya no querían pasar por aquellos lugares, pues corría el rumor de que era la enfermera muerta.

Otros cuentan que en la Cruz Roja de Tecate, muchos pacientes han sido atendidos por una misteriosa mujer que era muy cuidadosa en las curaciones y desaparecía siempre que llegaba la enfermera de turno; a pesar del susto que les dio ver cómo se desvanecía, la mayoría coincide en que siempre los favoreció.

Mucha gente ha acudido con el padre para que ayude a la enfermera en pena, pero, como nadie sabe dónde murió, no han podido hacer nada; así, la muerta seguirá vagando por los caminos de La Rumorosa durante muchos años más.

Obtenido el 8 de octubre de 2012 de: http://prosoema321.blogspot.mx/2007/08/prosoema-no-41-24082007.html

La Faraona de Agua Caliente

Interior del casino de Agua Caliente,
en Tijuana.

El casino y los bungalows de Agua Caliente eran un lugar impresionante, lleno de árboles y pájaros exóticos que traían de otros países, para resaltar la belleza de este lugar. En el teatro, se traían a los artistas más prestigiosos y famosos de la época, entre ellos se encontraba La Faraona, una bailarina cautivadora.
          
La Faraona había sido contratada para trabajar en el Casino por unas pocas fechas, sin embargo, su éxito fue tal, que extendieron su contrato por un tiempo muy largo. Al terminar cada presentación, la bailarina se encontraba en el casino, con un caballero inglés, del cual estaba enamorada. Sin embargo, él no estaba interesado en ella, sólo en su belleza y en la suerte que ésta tenía en el juego.  Se decía que La Faraona traía un hermoso brazalete de esmeralda que como talismán, le permitía ganar suntuosas sumas de dinero.

La Faroana entregaba todas sus ganancias al caballero inglés, ya que éste era descendiente de un Lord, y le prometía un título de nobleza para después ambos irse a vivir a Inglaterra. Mucho tiempo duró este romance, el cual todos en el lugar conocían, ella cada vez más enamorada, y él cada vez más rico. Un mañana, muy temprano, el caballero inglés salió despavorido del bungalow en el que vivía con La Faraona. Gritaba desesperadamente pidiendo auxilio, decía que habían intentado envenenarlos, que la bailarina había muerto, y que el sentía que le pasaría lo mismo.

Dicen que la noche anterior a este atroz crimen, un velador del Casino vio a través de la ventana del bungalow  de la pareja, mientras que hacía su trabajo. El velador pudo ver cómo los dos contaban sobre la mesa el dinero que habían ganado, muchas monedas de oro que después guardaron en un baúl que cerraron con llave, la cual guardaron en el ropero. El inglés después de guardar la llave, se bebió su copa de vino y se acostó. El velador cuenta, que junto a las copas de vino, había también un revólver. Vio como la bailarina entraba a otra habitación, para salir vestida con una bata blanca bordada de perlas. Después, sigilosamente se acercó a su enamorado y con delicadeza, metió la mano bajo la almohada donde él dormía para sacar la llave del ropero. Abrió el ropero y sacó el baúl. Guardó el revólver en su bata y salió del bungalow arrastrándolo.

Era una noche lluviosa, pero no le importó a la bailarina, tampoco le importó el peso de baúl, ella se perdió en el jardín, entre los árboles. El velador no quiso seguirla por temor a que ésta le disparada, sin embargo, intrigado por lo que ocurría, se quedó a esperar si ella regresaba. Una hora después, La faraona regresó a toda prisa, y al cerrar la puerta despertó al inglés, que de inmediato se percató de que ya no estaba la llave bajo su almohada, y que el ropero estaba abierto. También se dio cuenta de que el baúl ya no estaba, buscó el revólver y al no encontrarlo, se abalanzó contra su pareja con la intención de ahorcarla, el velador no pudo intervenir. El inglés arrojó a la bailarina a la cama, mientras que esta reía histéricamente, después con cierta angustia, y de la nada comenzó llorar con rabia y desesperación, pues se dio cuenta de que él no la amaba, sólo estaba con ella por interés. Después de un rato ambos se tranquilizaron.

Comenzaron a discutir, después ella sirvió dos copas de vino, y sin que este viera, sacó un pequeño frasco de entre sus pechos y vació su contenido en ambas copas. Se acercó al oído de su pareja, le susurró algo y le entregó la copa, los dos bebieron al mismo tiempo, el veneno hizo efecto inmediatamente. Ella cayó al piso. El hombre salió a pedir auxilio. Pudieron salvarlo, y después de este suceso, el inglés abandonó la ciudad para nunca más volver.

No se sabe lo que pasó con el cuerpo de La Faraona. Muchos aseguran que las noches lluviosas, se puede ver a la bella bailarina paseando por lo que fueron los jardines, protegiendo su tesoro. Dicen que ella posee una belleza resplandeciente, que sus pies descalzos parecen besar el césped. Que danza al caminar, con su bata blanca bordada de perlas.

Leyenda del diablo en Mexicali

Alumnos de la Escuela Secundaria
Félix de Jesús Rougier, que
participaron en la grabación del
video El diablo en  Mexicali, en 2006.

Se dice que aquí en nuestro Mexicali, el diablo hizo acto de presencia en una conocida discoteca por el año de 1960, causando el pánico entre todos los presentes, siendo algo que hasta en los medios se difundió, ocasionando que los jóvenes de esa época, la pensaran dos veces antes de ir a bailar…. 

Allá por los años 60’s por la calle 11, empezaron a propagarse los centros nocturnos, en donde había música, bebidas embriagantes de diversos tipos y en grandes cantidades; en donde la clientela de jóvenes de parranda aumentaba en consideración. Los chicos invitaban a las muchachas o a sus novias a esos lugares para bailar toda la noche, emborracharse y divertirse en grande. 

Los más conocidos centros nocturnos de ese tiempo fueron La Ronda, el Waikiki y Los Cocos. Muchos de nuestros padres, cuando jóvenes, eran a los lugares a los que acostumbraban ir.

Una noche, resulta que en Los Cocos, mientras todos estaban pasándola bien, entró un muchacho, desesperado casi sofocado gritando:

-¡En La Ronda se apareció el diablo!.

Naturalmente, nadie le creía (se pensaba que el tipo había tomado de más); pero al ver que de La Ronda salían histéricas las personas, se causó un gran alboroto. Algunos se fueron rápidamente a sus casas, otros curiosos fueron a La Ronda a ver y oír de otras personas el suceso. 

Lo que las personas que presenciaron, según dijeron, fue que una persona muy elegante y bien parecido, sacó a una muchacha a bailar, ella aceptó y duraron bailando muchas horas, y cuando dieron las 12 de la noche, esa persona comenzó a transformarse, saliéndole cuernos , cambiando su tono de piel y a oler a azufre, despidiendo humo; algunos dicen que se desató un gran torbellino ahí adentro saliendo y dejando a la muchacha desmayada, otros dicen que se la llevó.

Cuando sucedía todo esto, la histeria se dejó venir, toda la gente estaba aterrada huyendo de La Ronda, el lugar se quedó solo cuando todo eso pasó, pues todos entraron en pánico. El rumor se hizo general entre la población mexicalense, ocasionando que disminuyera demasiado el auge que tenían esos centros nocturnos, por la supuesta aparición del diablo…

*Esta leyenda me la ha contado mucha gente que solía ir a esos lugares por los años 60’s, decidí investigar e informarme más al respecto, descubriendo algo muy interesante. Resulta que a esos lugares, siempre iba un muchacho que le gustaba tomar y bailar, era muy conocido y todos le decían “El diablo”. Esa noche en donde presuntamente el diablo se apareció, lo que en realidad pasó fue que hubo un gran pleito entre varias personas y ese muchacho “El diablo” fue quien encabezó todo el pleito, y todos dijeron que “el diablo” estaba en la ronda y causó un gran escándalo, lo malo es que lo que los demás entendieron, o quisieron entender… fue otra cosa…

Obtenido de http://www.mitos-mexicanos.com/content/view/103/59/ el 8 de octubre de 2012.

La señora del cinco



Hace muchos años, cuando la ciudad de Mexicali no era tan grande y todos se conocían, vivió en el centro una señora que trataba muy mal a sus dos hijos; se la pasaba gritándoles y siempre los tenía encerrados. Con el paso de los años los niños crecieron, se volvieron hombres y encontraron esposa. Así, la mujer se quedó sola y entonces su conciencia empezó a molestarla; le dieron remordimientos por la forma en que trató a sus hijos. Como no podía estar en paz, una tarde decidió visitar al sacerdote.

— Padrecito, vengo a confesarme, tengo que contarle todo el daño que he hecho.

La señora le confesó lo que hizo y el sacerdote la escuchó con atención. Cuando terminó, dijo con seriedad:

— Hija mía, tus pecados son muchos, ¿cómo es posible que hayas tratado así a tus hijos? Para salvar tu alma, tienes que realizar un viaje a la ciudad de Roma lo antes posible, ya que sólo ahí te darán el perdón que necesitas.

— Pero es que soy muy pobre, estoy sola y no tengo a nadie que me ayude — dijo la señora.

— Si es así — dijo el sacerdote — para reunir el dinero del viaje tendrás que pedir limosna, pero sólo recibirás monedas de cinco centavos; cuando te den monedas con otro valor las devolverás.

— Sí, padre, así lo haré.

La señora salió de la iglesia resignada a hacer lo que el padre le había dicho y luego se puso a pedir limosna.

— Señor, ¿no me regala un cinco?

— No traigo, pero aquí tiene veinte centavos — le ofreció el señor.

— Gracias, pero yo sólo quiero un cinco — contestó y devolvió la moneda.

— ¡Ya, limosnera y con garrote! — le dijo el señor muy ofendido.

Pasado un tiempo, la gente comenzó a llamarla la señora del cinco; siempre se le vio afuera de la iglesia en actitud humilde y, decidida a llevar a cabo su promesa, no le importaba la lluvia o el calor intenso. Tantos meses de esfuerzo quebrantaron su salud, así que poco antes de completar el dinero para realizar su viaje, enfermó gravemente y murió.

Una noche de tantas, los perros comenzaron a ladrar sin razón, un viento helado se coló por puertas y ventanas, y una vieja vestida de negro con velo en la cabeza empezó a recorrer las calles solitarias.

—Señor, ¿no me regala un cinco? — pedía aquella mujer.

— No traigo señora, pero tenga diez centavos.

En ese momento, el viento arrebató el velo a la señora y en lugar de su cara estaba la de una calavera. Del susto, el joven pegó una carrera que no paró hasta llegar a su casa. La noticia de que la señora del cinco se estaba apareciendo corrió como reguero de pólvora, por lo que la gente se dio a la costumbre de cargar sus cincos en la bolsa y otros de plano ya no salieron en las noches, por miedo a que la calavera les pelara el diente.”

Algunos cuentan que la señora suelta una maldición sobre aquellos que no le den una moneda de cinco centavos… otros dicen que la señora solo aparece en las iglesias… mientras que otros cuenta que la mujer visita las casas para pedir sus cinco centavos… aunque, algo es seguro: esta leyenda fue tan popular, que muchas personas acostumbraban llevar monedas de cinco centavos por si se encontraban con la temida mujer.

miércoles, 5 de octubre de 2011

Origen de la novela "El cartero de Neruda"


Antonio Skármeta*


Entonces trabajaba yo como redactor cultural de un diario de quinta categoría. La sección a mi cargo se guiaba por el concepto de arte del director, quien, ufano de sus amistades en el ambiente, me obligaba a incurrir en entrevistas a vedettes de compañías frívolas, reseñas de libros escritos por ex detectives, notas a circos ambulantes o alabanzas desmedidas al hit de la semana que pudiera pergeñar cualquier hijo de vecino.

En las oficinas húmedas de esa redacción agonizaban cada noche mis ilusiones de ser escritor. Permanecía hasta la madrugada empezando nuevas novelas que dejaba a mitad de camino desilusionado de mi talento y mi pereza. Otros escritores de mi edad obtenían considerable éxito en el país y hasta premios en el extranjero: el de Casa de las Américas, el de la Biblioteca Breve Seix-Barral, el de Sudamericana y Primera Plana. La envidia, más que un acicate para terminar algún día una obra, operaba en mí como una ducha fiza.

Por aquellos días en que cronológicamente comienza esta historia -que como los hipotéticos lectores advertirán parte entusiasta y termina bajo el efecto de una honda depresión- el director advirtió que mi tránsito por la bohemia había perfeccionado peligrosamente mi palidez y decidió encargarme una nota a orillas del mar, que me permitiera una semana de sol, viento salino, mariscos, pescados frescos, y de paso importantes contactos para mi futuro. Se trataba de asaltar la paz costeña del poeta Pablo Neruda, y a través de entrevistas con él, lograr para los depravados lectores de nuestro pasquín algo así, palabras de mi director, «como la geografía erótica del poeta». En buenas cuentas, y en chileno, hacerle hablar del modo más gráfico posible sobre las mujeres que se había tirado.

Hospedaje en la hostería de isla Negra, viático de príncipe, auto arrendado en Hertz, préstamo de su portátil Olivetti, fueron los satánicos argumentos con que el director me convenció de llevar a cabo la innoble faena. A estas argumentaciones, y con ese idealismo de la juventud, yo agregaba otra acariciando un manuscrito interrumpido en la página 28: durante las tardes iba a escribir la crónica sobre Neruda y por las noches, oyendo el rumor del mar, avanzaría mi novela hasta terminarla. Más aún, me propuse algo que concluyó en obsesión, y que me permitió además sentir una gran afinidad con Mario Jiménez, mi héroe: conseguir que Pablo Neruda prologara mi texto. Con ese valioso trofeo golpearía las puertas de Editorial Nascimento y conseguiría ipso facto la publicación de mi libro dolorosamente postergado.

Para no hacer este prólogo eterno y evitar falsas expectativas en mis remotos lectores, concluyo aclarando desde ya algunos puntos. Primero, la novela que el lector tiene en su mano no es la que quise escribir en isla Negra ni ninguna otra que hubiera comenzado en aquella época, sino un producto lateral de mi fracasado asalto periodístico a Neruda. Segundo, a pesar de que varios escritores chilenos siguieron libando en la copa del éxito (entre otras cosas porfiases como éstas, me dijo un editor) yo permanecí -y permanezco- rigurosamente inédito. En tanto otros son maestros del relato lírico en primera persona, de la novela dentro de la novela, del metalenguaje, de la distorsión de tiempos y espacios, yo seguí adscrito a metaforones trajinados en el periodismo, lugares comunes cosechados de los criollistas, adjetivos chillantes malentendidos en Borges, y sobre todo aferrado a lo que un profesor de literatura designó con asco: un narrador omnisciente. Tercero y último, el sabroso reportaje a Neruda que con toda seguridad el lector preferiría tener en sus manos en vez de la inminente novela que lo acosa desde la próxima página y que acaso me hubiera sacado en otro rubro de mi anonimato, no fue viable debido a principios del vate y no a mi falta de impertinencia. Con una amabilidad que no merecía la bajeza de mis propósitos me dijo que su gran amor era su esposa actual Matilde Urrutia, y que no sentía ni entusiasmo ni interés por revolver ese «pálido pasado», y con una ironía que sí merecía mi audacia de pedirle un prólogo para un libro que aún no existía, me dijo poniéndome de patitas en la puerta: «con todo gusto, cuando lo escriba».

En la esperanza de hacerlo, me quedé largo tiempo en isla Negra, y para apoyar la pereza que me invadía todas las noches, tardes y mañanas frente a la página en blanco, decidí merodear la casa del poeta y de paso merodear a los que la merodeaban. Así fine como conocía los personajes de esta novela.

Sé que más de un lector impaciente se estará preguntando cómo un flojo rematado como yo pudo terminar este libro, por pequeño que sea. Una explicación plausible es que tardé catorce años en escribirlo. Si se piensa que en ese lapso, Vargas Llosa, por ejemplo, publicó Conversación en la catedral, La tía Julia y el escribidor, Pantaleón y las visitadoras y La guerra del fin del mundo, es francamente un récord del cual no me enorgullezco.

Pero también hay una explicación complementaria de índole sentimental. Beatriz González, con quien almorcé varias veces durante sus visitas a los tribunales de Santiago, quiso que yo contara para ella la historia de Mario, «no importa cuánto tardase ni cuánto inventara». Así de excusado por ella, incurrí en ambos defectos.

* Tomado del portal de Escritores.cl

martes, 21 de diciembre de 2010

Historia del trailero y la dama


Esta historia versa de un trailero (chófer de camiones de caja grande), que salía del estado (Nuevo Leon) hacia Coahuila, el estado vecino. Para llegar a éste hay que atravesar una zona montañosa que por lo general se ve rodeada de neblina y humedad; al cruzar la franja divisoria de los dos estados, vienen curvas muy peligrosas, donde muchas personas han sufrido accidentes fatídicos.

El camionero ve a una joven y decide orillarse para ofrecerle llevarla a un lugar cercano, a lo cual ella accedió. Una vez hecha un poco de confianza, él le pregunta su destino y le dijo que iba a ver a sus padres que ya esperaban su llegada en una ranchería cercana.

Al adentrarse en la zona más peligrosa de las curvas, ella le dijo que tuviera precaución en el camino, a lo cual él reaccionó. Una especie de romance surgió entre ellos conforme avanzaban en el camino. Al llegar a su destino ella le dijo que cuando dejara la carga que debía entregar pasara por ella a aquel lugar.

Pasaron los días cuando él retornaba, arribó al rancho para recoger a la dama. A un señor de avanzada edad le preguntó por la mujer, a lo cual el anciano triste respondió diciendo que era su hija y que cada año se aparecía intentando llegar a su casa, ya que hacía tiempo que en aquellas curvas ella había muerto.

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Leyenda de la Laguna Hanson


En el siglo pasado (XIX), un noruego llamado Jacob Hanson llegó a Baja California prácticamente como un ermitaño, y adquirió una propiedad en la zona central de la Sierra de Juárez, donde estableció un rancho con el objeto de criar ganado de calidad.

Cuenta la leyenda que la actividad ganadera del noruego generó una verdadera fortuna, la cual enterró en un lugar secreto dentro de su propiedad, por no existir entonces bancos donde depositar el dinero en los alrededores.

Un día, aprovechando la soledad en que vivía Hanson, unos forajidos lo asaltaron y lo asesinaron, pero ni ellos ni los muchos exploradores que llegaron al lugar pudieron hallar el tesoro que celosamente escondió el noruego.

Sin embargo, Hanson dejó para la posteridad otro tesoro que protegió en vida y que persiste hasta nuestros días: una vasta laguna dentro de lo que fuera su propiedad, rodeada de pinares y única en Baja California por su singular belleza.


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La niña aparecida de una escuela primaria


Esta historia se trata de una escuela llamada Antonio Amaya Estrada, de Tijuana.

Dicen que en esta escuela había una niña muy buena y alegre, pero a ella la maltrataban mucho, y su maestro le pegaba mucho. Esa niña vivía en el tiempo de cuando los maestros les podían pegar a los alubnos.

Entonces, esa niña llegó a tal grado de heridas muy graves, y murió en la escuela.

Hoy en la actualidad dicen que se aparece a las doce de la noche en los salones de atrás, y si te topas con ella te cortará la cabeza y así apareces en la mañana


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Leyenda del casino de la Country Club

En Hermosillo Sonora, México, y hay una leyenda (aunque los de esa época dicen que es verdad) en torno a un casino donde se celebraban los bailes de la época; era el lugar de moda a mediados de los 50's.

Los bailes más importantes se celebraban en el Casino de la Country Club (así se llama la colonia) y obviamente era el centro de reunión de todos los jóvenes. Cuentan que una vez, en la víspera de un baile, a una muchacha de una reconocida familia de la ciudad no la dejaron asistir, así que ella decidió irse sin el permiso de sus padres al baile , ya que tenía muchas ganas de asistir.

Se escapó de su casa y fue al casino donde bailó y se divirtió con sus amigos pero llegando la media noche apareció en el salón un hombre joven y muy guapo, elegantemente vestido y todo la concurrencia lo vio entrar. Se sentía su presencia en el lugar. La muchacha se enamoró a primera vista, y este joven pasó la mirada por el baile hasta que la vio, se acercó a ella y le pidió que bailaran. Ella inmediatamente aceptó, bailaron algunas piezas y de pronto una mujer dio un grito señalando las piernas de aquel hombre..., todos voltearon y vieron salir de los pantalones unas pezuñas en lugar de pies. Todo el mundo se asustó y salieron corriendo del lugar por lo que acababan de ver. El hombre al verse descubierto desapareció allí mismo dejando un fuerte olor a azufre.

Esta historia se ha contado mucho y prácticamente ya es una leyenda urbana, pero mi abuelo me ha dicho que esa historia es cierta, que él conoce a la muchacha que bailó con aquel hombre, la cual quedó trastornada después del baile.

Lo cierto es que desde esa época ese lugar jamás se ha vuelto a usar. Está allí en la Country Club (la colonia) abandonado y hace unos años junto a ese lugar se contruyeron unas casas recidenciales con privadas y no se han podido vender, al igual que el casino están abandonadas.


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