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domingo, 12 de febrero de 2012

¿Por qué somos bípedos?


Ecoanálisis


Alberto Tapia Landeros*


Durante siglos, los investigadores han tratado de dilucidar el tránsito del homínido de cuatro patas al humano de dos. La transformación de cuadrúpedo, a bípedo. El cambio de andar a gatas, a andar parado. Y se ha dedicado tanta energía en averiguarlo, debido a que es aceptado por muchos, científicos y legos, que el hombre desciende de primates que se desplazaban como lo hacen hoy gorilas y chimpancés.

Diferentes teorías han tratado de explicar esta evolución de la locomoción humana.

Una de ellas sostiene que el homínido tuvo que elevarse para ver sobre el pastizal a su principal depredador, el leopardo. Otra teoría alega que al calentarse el planeta, desaparecieron los bosques y el antecesor del hombre ya no necesitó asirse de las ramas con sus cuatro extremidades. En los árboles fueron más útiles 20 dedos que 10.

Sin bosque, el entorno se volvió más seco, predominando los pastizales. Nació, la sabana africana. Cabe recordar que en esta etapa de la evolución primate hacia la humanidad, todos vivíamos exclusivamente en África. Y en la sabana fue de mayor utilidad caminar en 2 que en 4 patas. También pudo huir a mayor velocidad de sus enemigos.

Con ironía, personalmente he explicado que el bipedismo surgió junto con la economía. El hombre tuvo conciencia de que andando con sus extremidades inferiores, tenía libres las superiores, brazos y manos, para agarrar más cosas. Para recolectar y cargar frutas, raíces, semillas y huevos en mayor número, que siendo cuadrúpedo. El homo se paró para acopiar más alimento para el mañana.

Una de las últimas teorías evolutivas de gran aceptación, es la que sostiene que el calentamiento planetario obligó a nuestro antepasado a apoyarse en sus extremidades inferiores, para recibir menos radiación solar que estando en cuatro patas. Un bípedo se calienta menos que un cuadrúpedo. La reflexión es bien lógica: Se recibe más calor en el lomo y en la nuca, que sólo en la mollera. Entonces, para no sobre calentarse, nuestro ancestro se hizo bípedo y correlón. Hasta aquí, tuti contenti.

Pero resulta que la ciencia no se detiene. Constantemente se actualiza, evoluciona. En la edición de diciembre pasado de la prestigiada revista Science, la autora Tracy Watson publicó el resultado de un experimento mediante modelos de Australopithecus afarensis, la misma especie a la que perteneció la famosa hembra Lucy, de hace 3.2 millones de años. Se utilizaron féminas de 30 kilos y machos de 55. El sorprendente resultado fue que al caminar bajo el Sol de la sabana africana por 30 minutos, lo mismo produjo un golpe de calor andando a gatas que erecto. Los modelos en cuatro patas se insolaron de igual manera que los de dos.

Entonces, nuestro ancestro africano no se hizo bípedo para no insolarse.Hubo otros motivos aún desconocidos. Y mi broma de que homo se paró para recolectar más alimentos, ya no parece tan broma. Elevarse para ver al temible leopardo sobre el pastizal, tiene más sentido que el evitar la insolación. El tránsito pre humano del árbol al suelo, pudo haber tenido mucho más efecto en el bipedismo, que el aumento de la radiación solar.

De cualquier forma, el pre homo no estuvo a salvo del leopardo, hasta que superó la capacidad craneana de su depredador. Con mayor masa encefálica, concibió el control del fuego y la fabricación de armas con las que pudo defenderse. Erecto se tiene más habilidad de defensa que a gatas. Y sobrevivir al depredador, es un poderoso motor de la evolución.

Hasta ahora, podemos pensar que somos bípedos, porque ya no somos monos. Porque pensamos, creamos y utilizamos herramientas. Porque al ser bípedos tenemos mayor capacidad de recolección y carga. O como dice Alfred Crosby: El bipedismo “es el proceso de aventarse hacia enfrente para caer de cara; y la vez corregir el error, dando un paso al frente”. Una y otra vez.


* El autor es profesor-investigador del CIC-Museo, UABC.
Correo: altapialanderos@gmail.com


Publicado en el diario La Crónica el domingo 12 de febrero de 2012.

martes, 10 de febrero de 2009

Determinismo genético: una precisión



Javier Flores


Desde hace varios años se ha desarrollado un intenso debate sobre el peso de la genética en diferentes funciones y conductas en los humanos. Todavía en la última década del siglo pasado, se atribuía a los genes un papel determinante en el desarrollo de algunos padecimientos, como la enfermedad de Alzheimer, las alteraciones maniaco-depresivas o la esquizofrenia; también sobre algunas conductas como la agresión, la adicción al alcohol, e incluso la orientación sexual. Algunos grupos científicos y los medios de comunicación contribuyeron a extender la idea de que existe, casi sin excepción, un gen determinante de cada aspecto de lo humano, incluyendo la obesidad, el envejecimiento, el sexo y un larguísimo etcétera.

La crítica a este determinismo genético abarca hoy no sólo el campo de la medicina o el de la biología molecular, pues se ha extendido de manera muy importante a áreas como la filosofía, la sicología, la sociología y el derecho. Para dar un ejemplo que quizá pudiera abarcar todas estas disciplinas, podemos preguntarnos sobre el papel del individuo en las conductas criminales, es decir, si éstas son resultado de la libre elección de las personas o si están determinadas por una base biológica –en este caso genética–, lo que podría conducir incluso a eximirlos de responsabilidad legal.

Pero la crítica que se formula al determinismo genético desde estas disciplinas, que podríamos llamar “macro”, hay que examinarla con mucho cuidado cuando algunos de sus fundamentos se trasladan, sin más, a lo que ocurre a nivel celular y molecular.

Desde el punto de vista de la filosofía, el determinismo puede entenderse como un escenario en el que cada evento, acto o decisión es la consecuencia “inevitable” de eventos previos. De este modo un acto criminal, como en el ejemplo anterior, podría verse como la consecuencia de un hecho biológico por la presencia de algún gen determinante de la conducta agresiva, aspecto que ha sido criticado severamente, pues, por ejemplo, no se toman en cuenta los factores ambientales en el desarrollo de la conducta criminal.

Buscando un paralelismo con lo que ocurre a escala molecular, podría decirse que la presencia de un gen determina una función celular particular. Por ejemplo, la presencia del gen SRY induce cambios que determinan que el embrión humano tome un curso de desarrollo masculino. Esto también se encuentra en medio de un debate, –pues hay casos en los que se desarrollan hombres en ausencia de este gen. Como sea, en este punto pueden ser compatibles los dos niveles (el macro o conductual y el micro molecular y celular) en los que se establece sobre bases semejantes la crítica al determinismo genético.

Hay otros puntos de contacto entre estos dos universos, como las relaciones de causalidad, que se pueden expresar, más que como certezas, como probabilidades. Tener un gen particular no asegura que algo pase necesariamente, sea a nivel conductual o molecular, sino que en todo caso aumentan las probabilidades de que algo ocurra. Por ejemplo, las mutaciones en los genes BRCA1 y BRCA2 aumentan las probabilidades de desarrollar cáncer de mama de 36 a 85 por ciento, comparadas con 13.2 por ciento en la población general, pero no significa que todas las mujeres con esta condición tengan que desarrollar cáncer.

Pero el determinismo se encuentra estrechamente relacionado también con la noción de libre decisión o libre albedrío, y existen diferentes corrientes que van desde el determinismo duro, en el que no hay lugar para la libre decisión (y se aproxima mucho a la idea de fatalismo en el que se haga lo que se haga no puede evitarse que algo suceda), hasta el indeterminismo que sostiene que todos las acciones humanas son el resultado de actos espontáneos que rompen con la cadena de causas y efectos. No podía faltar el escenario intermedio, conocido como compatibilismo, que trata de unir ambos extremos.

Éste es un punto interesante y nos permite preguntarnos si es válido o posible trasladar concepciones que surgen desde disciplinas como las que critican al determinismo genético a nivel de la conducta humana, hasta un nivel molecular. ¿Acaso la maquinaria celular puede tomar decisiones basada en un “libre albedrío” de la misma forma en que lo hace una persona? Esto debe llamarnos la atención para evitar caer en una generalización de conceptos que pueden hacer que todo se vuelva absurdo.


Obtenido el 10 de febrero de 2009 de: http://www.jornada.unam.mx/2009/02/10/index.php?section=opinion&article=a03a1cie