lunes, 13 de octubre de 2008

Diez pasos para hacer una calavera


Uno. La tradición de escribir “calaveras” no se pierde en la noche de los tiempos, como gusta decir a los folcloristas. Se trata más bien de un desquite satírico que por lo regular se compone de uno o más cuartetos rimados, dirigido a un personaje específico y reconocido por la comunidad a quien su lectura va dirigida. Y como el nuestro es un país donde la “libertad de expresión” se continúa escribiendo entre comillas, la fecha de la festividad de Muertos y Todos santos, viene como anillo al dedo para ejercer la malicia de matar en vida, precisamente, a los vivos que nos incomodan. Generalmente son cuartetos que pueden lucir a manera de epitafio o que bien nos encantaría que se leyeran sobre las tumbas de los aludidos.

Dos. Para escribir una calavera no hay ser, en el sentido estricto de la palabra, un poeta de barba y bigote; digamos que todo se queda en sostener las habilidades y el ingenio un buen versador. Basta la herramienta del lenguaje pero siempre aplicada con el sentido de la malicia. A los aludidos se les mata con gracia y se manifiestan los defectos o los atributos más sobresalientes del personaje en cuestión. Suponer cómo morirá un gordo, por ejemplo, no tiene más ciencia que recurrir a uno de los siete pecados capitales (de los que marca la tradición católica) que en este caso se trata de: la gula. Al gordo se le puede matar vía hambre o exceso de alimentos. Cuando se trata de personajes de la vida pública es más sencillo recalcar sus defectos o errores mejor delineados.

Tres. Una vez definido el nombre (personaje) hay que devanarse un poco los sesos para encontrar la infamia. Pongamos un ejemplo. Hugo Chávez o el comandante Fidel Castro son personajes afines al escarnio popular, la manera en que conducen sus gobiernos o dictaduras dan mucho pasto donde puedan solazarse las ovejas de la broma, de la maledicencia. Hay pues que definir el tema, ¿vamos a mencionar la aparente inmortalidad del militar cubano? O quizá el versador quiera decantarse por un aspecto del físico del comandante. Personaje e infamia son los dos primeros ingredientes para escribir una calavera; aunque la simpatía bien puede quedar en lugar de la inquina.

Cuatro. Ya tenemos los elementos básicos para comenzar a trabajar los versos de una calavera. Ahora viene el trabajo de mesa. ¿Se trata de escribir cuatro versos cuyas palabras finales rimen la del primero con el tercero y la del segundo con el cuarto? Ah, es un poco más sencillo de lo que se lee. En los talleres de poesía, es común que los alumnos quieran rimar con el auxilio de los verbos, es lo más fácil y no requiere de muchos artificios con el lenguaje: terminando/caminando, bebiendo/oliendo. Pero el lector ya nota una primera incomodidad que a la postre le resultará en cansancio; es que nadie aguantará, por muy jocosa que resulte la situación, una lista de gerundios. Ah, entonces…

Cinco. Las rimas no tienen por qué ser rigurosamente idénticas con las últimas terminaciones de la palabra final de cada verso. Aquí aplica, por ejemplo: “0sa”/”Rosa”. Para ello el lenguaje demuestra que se trata de un ente abstracto que bien aplicado tiende a crear imágenes en cada lector. Que una computadora me lo iguale y entonces la humanidad está lista para evitarse el riesgo de pensar, de crear. Pues bien, gracias a la sonoridad y la cadencia de las lenguas latinas, las rimas pueden equilibrarse con sus vocales y omitir las consonantes: “Chávez”/ “Llaves”.

Seis. Ya hemos visto que para rimar no es necesario acudir a los verbos, pero sí conocer las palabras y acomodarlas a todas sus posibilidades de lectura. Pero entonces supongamos que nuestra calavera no sólo va a ser leída, sino expresada. Una manera de cuadrar a la perfección un cuarteto versado es componerlo con treinta y dos sílabas, repartidas en ocho sílabas por verso. Hay que echar mano de algo divertido porque requiere la capacidad numérica, además de la competencia de lenguaje: la métrica.

Siete. La métrica, como todo arte, está llena de mañas y exquisiteces. ¿Cómo es posible que una historia tenga cabida en tan sólo treinta y dos sílabas? Lo es. Sólo como ejemplo, acudamos a un poema de Mario Benedetti: No lo creo todavía/ estás llegando a mi lado/ y la noche es un puñado/ de estrellas y alegría. A que sí. Ahora cada lector ejercite su memoria y pruebe con estrofas de canciones o versos rimados.

Ocho. La maña más exacta y perfecta de la métrica aplicada al idioma español tiene un punto de partida esencial, se conoce como “Ley del acento”. Todas las palabras que empleamos poseen una sílaba fuerte y las restantes son débiles. Cuando las palabras se tildan (acentúan) hay que tomar en cuenta que para medirlas igualan, pierden o ganan una sílaba. Muy rápido, la “ley del acento” aplicada a la métrica es muy clara: a las palabras esdrújulas se les resta una sílaba, las palabras graves no sufren alteraciones en relación con el verso; a las palabras agudas hay que sumar una sílaba.

Nueve. Si al verso rimado con métrica se le etiqueta de “arte menor” sólo habrá que acudir a las composiciones del Siglo de Oro y allí nos percataremos que si bien el arranque es matemáticas aplicadas a la lengua, el resultado es sorprendente.

Diez. No tome en cuenta estos pasos. Busque a su personaje favorito y mátelo. Total, que por escribir “calaveras” no se concursa para obtener el premio Cervantes.

Tomado del blog Asterisco y subrayados. Obtenido el 13 de octubre de 2008, de: http://asteriscoysubrayados.blogspot.com/2007/10/diez-pasos-para-hacer-una-calavera.html