martes, 1 de octubre de 2013

Tlatelolco, 68


Thelma Nava


I

Es preciso decirlo todo,
porque la lluvia pertinaz y el tiempo de los niños
sobre los verdes prados nuevamente
podrían lograr que alguien olvide.
Nosotros no.
Los padres de los otros tampoco y los hijos y
hermanos que puedan contarnos las historias
y reconstruyan los nombres y vidas de sus muertos tampoco.


II

Tlatelolco es una pequeña ciudad aterrada
que busca el nombre de sus muertos.
Los sobrevivientes no terminan de iniciar el éxodo.
Pequeña ciudad fantasma, húmeda y triste
a punto de derrumbarse si alguien se atreviera
a tocarla nuevamente.
Nada perdonaremos.
Rechazamos todo intento de justificación.


III

Miro pasar las ambulancias silenciosas una tras otra
mientras aquí en el auto
un anciano que sangra y no comprende nada
está en mis manos.


IV

Ellos ignoran que los muertos crecen,
que han echado raíces sobre la piedra antigua.
Aunque los hayan desaparecido
(para que nadie verifique cifras).
Todo ha sido invadido por la sangre.
Aún vuelan partículas por el aire que recuerda.
Es de esperarse nuevamente su visita.

Los asesinos siempre regresan al lugar del crimen.


V

Que no se olvide nada.
aunque pinten de nuevo los muros
y laven una y otra vez todas las piedras
y sean arrasados los dos prados incendiados con pólvora
para borrar, definitivamente,
cualquier huella.
Que no se olvide nada.
Es éste tiempo de no callar verdades.
Que no se olvide nunca que aprendimos a llorar de
otra manera
nosotros, que apenas si osábamos firmar un
manifiesto con estas manos torpes con que
escribimos poesía, las mismas con las que
empuñaríamos un fusil para matar a un asesino,
si fuese necesario.