martes, 27 de enero de 2009

El español en México


El maestro dominicano Henríquez Ureña realizó diversos estudios sobre las cosas de México y los mexicanos en sus varias estancias en ese país. En 1984, con motivo del centenario de su nacimiento, la prestigiosa editorial mexicana FCE publicó esta obra que recopila algunos de sus principales estudios. Extraemos un fragmento del titulado “El español en México y sus vecindades”.

De Pedro Henríquez Ureña*

El español en México y sus vecindades

Da carácter a la zona la presencia del náhuatl, el idioma de los aztecas, antigua lengua de cultura, que tiñe fuertemente el vocabulario y a veces la pronunciación. El léxico de origen náhuatl es enorme en el español de la “Mesa Central”, la vasta altiplanicie mexicana; los vocabularios regionales (García Icazbalceta, Ramos Duarte, Rubio, Santamaría), incluso los de aztequismos (Mendoza, Sánchez, Robelo, Alcocer), están lejos de recogerlo todo, a pesar de que Ramos Duarte anota cerca de cuatrocientas palabras de origen náhuatl y Mendoza novecientas, incluyendo nombres geográficos. Y nada revela tanto la fuerza dominadora del náhuatl como la condición de localismo a que ha reducido las palabras derivadas de otras lenguas de México; mientras el náhuatl impone su vocabulario en todo el territorio del antiguo virreinato y lo extiende a Centroamérica –sin contar los aztequismos que pertenencen ya al español general, como cacao, chocolate, hule, jícara, petaca, tiza, tomate–, muy pocos indigenismos de otras procedencias mexicanas logran traspasar fronteras provinciales. Del otomí, el pueblo sobre quien principalmente asentó su conquista el azteca, y que comparte con él los mayores territorios de la altiplanicie central, ningún vocablo llega hasta las clases cultas: todos permanecen en el ambiente campesino, o a lo sumo llegan hasta el proletariado de las ciudades. Las palabras del maya, dominante en Yucatán, sólo llegan hasta Campeche, Tabasco y Chiapas: hay que hacer excepción, probablemente de henequén, si en verdad es palabra de origen maya. Del tarasco de Michoacán procede huarache, “sandalia», y tal vez huango o guango, “holgado” (adjetivo); charal, especie de pez de río; pingüica, especie de fruta; tambache, “bulto”. Las palabras zapotecas y mixtecas se confinan en Oajaca; las huastecas, en las Huastecas potosina y veracruzana; las cahitas, en Sinaloa y el sur de Sonora; las yaquis, en Sonora; las tarahumanas, en Chihuahua y Durango, y así las demás. En Nuevo México apenas hay indigenismos locales; el doctor Espinosa recoge cuatro, uno del navajo y tres del tewa, junto a unos setenta y cinco aztequismos.

La abundancia del vocabulario náhuatl ha influido en la riqueza léxica del español en México, que contrasta con la limitación del vocabulario corriente en diversas regiones de América. No hay sólo riqueza por suma de léxico; hay riqueza de matices, costumbre de distinguir y disociar, empeño de establecer divisiones y subdivisiones en las cosas materiales y sus elementos; no es aventurado atribuirlo a perpetuación de hábitos y tradiciones culturales indígenas, en colaboración con la alta cultura española de las ciudades del virreinato.

En toda la región central de México domina la entonación indígena; unas mismas son las curvas melódicas con que se hablan el español y el náhuatl, con su curiosa cadencia final. Estas curvas se modifican a medida que se asciende en la cultura de tipo europeo; al llegar a los grupos de cultura mayor, la entonación es ya muy diversa de la popular; conserva, aun así, el aire mexicano. Y del náhuatl quedan, en el español de México, fonemas peculiares: la tl, la sh, a veces la tz. Porque los fonemas que antiguamente se modificaban muchas veces en las palabras prestadas al español, otras veces persistieron o bien reaparecen en época moderna gracias a la presencia de la numerosa población que conserva el idioma indígena –alrededor del millón–, y a la influencia de los estudios lingüísticos, que difunden la forma exacta de los vocablos nativos. Así, la tl se había convertido en t o en cl; en posición final, se convertía en t o en l o desaparecía: tlapanco daba tapanco, tlemulli, clemole; ahuácatl, aguacate; xóchitl, sóchil, tizatl, tiza. Pero subsistió en muchas palabras (innumerables nombres de lugar; no pocos nombres comunes: tlachique, contlapache, ixtle, tlapalería...) y ha reaparecido en otras muchas: tecuil vuelve a tlecuil; claro, a tlaco... La tl hasta se introduce en palabras españolas: en almizcle, que da almistle; en alpiste, que da alpistle; en el siglo xvi, Dorantes de Carranza convierte trapiche en tlapiche. La sh se había conservado durante el siglo xvi y parte del xvii; después se convirtió en j o en s –como la antigua x española, que se pronunciaba sh– o por excepción en ch: Meshico (escrito México), da Méjico, shícama da jícama, shocoyote da socoyote, shipote de chipote; pero en muchas palabras persistió, en otras reapareció, y en el habla popular hasta se introduce en palabras españolas: shobaco, moshca... La tz se transcribía como c: Mexicaltzinco daba Mexicalcingo; a veces se convertía en ch: Malintzin daba Malinche. Modernamente se pronuncia s. Sobrevive en una que otra palabra del náhuatl o del tarasco: Atzcapolzalco, Metztitlán, Pátzcuaro, Tzintzuntzan... Se conserva, además, la c final de muchos vocablos indígenas: Chapultepec, Anáhuac, Atoyac, Tuxtepec... Y, por fin, la s mexicana, con su larga tensión y su timbre agudo, debe sus caracteres peculiares a la fonética indígena.

*Fuente: Henríquez Ureña, Pedro. Estudios mexicanos. México: Editorial Fondo de Cultura Económica, 1984.

Obtenido el 27 de enero de 2009 de: http://es.encarta.msn.com/sidebar_961546438/El_espa%C3%B1ol_en_M%C3%A9xico.html#appearsin