Luis Gudiño Kramer
(Argentina)
Cuando mi compadre González jue nombrau jefe de policia de la capital, me hizo nombrar comisario en Santo Tomé. Yo andaba galguiando de pobre y fui. La comisaría en esos años era un pobre rancho, con un milico cansau, y dos cabayos reyunos.
Una noche de invierno, estábamos con el soldau, aburridos, cuando cayeron dos linyeras a pedir permiso para pasar la noche. Venían hambriaus, los pobres, y yo, ¿qué les iba a dar? Si andábamos casi lo mismo. Pero les di un alce. Les dije que juesen y se rebuscasen por las quintas, y volvieran temprano, que los íbamos a esperar.
Salieron los hombres y al rato nomás, ya sentimos dos tiros de escopeta.
Por detrás de los hombres, cayó un quintero a dar cuenta. Menos mal que no los vio, ni gritaron las gallinas.
Las plumas de las batarazas, que el gringo decía que tenía a punto de mandar a la exposición, que eran finas y vaya a saber cuántas otras ponderaciones, las tiramos en la letrina. Hicimos un puchero, comimos, y como después de medianoche pasaba un carguero, los hicimos embarcar a los linyeras y nos volvimos tranquilos. Recuerdo que los pobres, antes de subir al vagón, me dijeron: "Usté es un hombre gaucho. Nunca nos vamos a olvidar de usté."
Ya en la comisaría, al ir a anotar la denuncia del gringo, por las dudas, vimos que nos habían llevau el tintero, y caímos en la cuenta que también nos habían robau los cuchillos.
Después me trasladaron al Alto Verde. Nos culpaban de no vigilar y los gringos se quejaban de los robos de gallinas.
En el Alto Verde, estaba una mañana tranquilo, durmiendo, cuando me despierta el ruido de unas bombas. Como el río es angosto, se siente patente cualquier buya de la ciudá. Me levanto y le pregunto a unos guitarreros, que tenía presos porque habían andau haciendo barullo en el boliche:
--¿Qué será, muchachos, esta buya?
--Es por el 9 de julio, comisario -me contestaron...
--La pucha...Me había olvidau...
Bueno, dije, vamos a tirar unas bombas, siquiera. Pero, ¿de ánde yerba?
Entonces pensé en hacer unas descargas, pero no tenía más que cuatro carabinas de un tiro, y nosotros, con el melico, éramos dos, apenas. Nos fuimos, pues, con los presos y desde el borde de las barrancas hicimos unas descargas. Retumbaban los tiros en el agua. La gente de la vecindá comenzó a asomarse por las ventanitas de sus ranchos, los cogotes largos. Entonces los mandé a los guitarreros a buscar los instrumentos, bajo palabra, y mandé buscar un asau, un poco de vino y galleta.
Reuní a la gente, y festejamos el 9 de Julio. Viera qué farra se hizo. A la tarde estaba la gente alegre, y me pidieron permiso para hacer unos tiritos a la taba. Y le metimos nomás. Al anochecer hicimos baile, y hubiera visto, a los guitarreros, chispiaus, meta música, y la mozada divertida que daba gusto. Hasta se payó, amigo.
En lo mejor se nos presenta el sumariante, que venía por los detenidos. Lo invité a quedarse un rato, pa hacerle honor a la fiesta, pero el hombre cuando vio a los guitarreros contentos, cantando, y la mesa de monte en el medio de la calle, alumbrada por un Sol de Noche, me miró feo, y me dijo:
--Comisario. Esto no lo hace ni Paco Bustos. Renuncie amigo. Será mejor...
Yo no sé quien será el Bustos ese ¿no?, pero pa evitarme disgustos y no hacer quedar mal a mi pariente, renuncié. Y acá estoy, sin empleo.
Fuente: GUDIÑO KRAMER, LUIS, Cuentos de Fermín Ponce. Buenos Aires, Hoy en la Cultura, 1965 (págs. 63-64)